martes, 1 de julio de 2014

Suicidios en el Mundial

La primera fase del Mundial dejó grandes sorpresas, entre ellas una interesante colección de suicidios.
PEPE
El defensa portugués Pepe, por ejemplo, no recibió una tarjeta roja por darle un cabezazo a Müller, sino por amenazarlo. Pepe ya le había quitado la pelota —manotazo de por medio— y despejado el peligro. Pero furioso tras dos goles en contra, volvió a donde el alemán seguía derribado, le habló al oído y le dio un topetón con la frente. No sabemos qué dijo, pero sí a qué sonó más o menos: “La próxima vez te rompo las piernas”.
Pepe no es precisamente un jugador cerebral. En 2009, durante los últimos minutos de un partido entre el Real Madrid y el Getafe, cometió un penal contra Casquero, y después, le pateó la cabeza. El árbitro lo expulsó. El portugués, fuera de sí, insultó al árbitro y le dio un puñetazo a otro. Pepe ve en el rival a un enemigo, está dispuesto a todo, y en situaciones de estrés, puede perder el control.

KEVIN PRINCE BOATENG
Otro estilo emplea Kevin Prince Boateng, jugador de la Liga inglesa y estrella de Ghana. No es el neurótico, es el rebelde. No es el
combatiente febril, sino el subversivo más kamikaze.
Aunque hijo de africano, Boateng nació en Alemania y jugó en el equipo juvenil de ese país. Pero era demasiado indisciplinado. El entrenador lo echó, y Boateng tramitó su pasaporte de Ghana para jugar en la selección de ese país.
Este año, Boateng empezó a dar que hablar cuando lesionó a Ballack en una falta del Portsmouth-Chelsea. Boateng ya sabía que se enfrentarían en el mismo grupo de la Copa del Mundo, y la lesión dejó a Ballack fuera de ella. Sospechoso. Aún así, sus principales víctimas no son los rivales, sino él mismo y los suyos. Ya en Brasil, Boateng se dejó fotografiar con una cerveza y fumando un cigarrillo mientras esperaba el test antidoping. Para colmo, el jugador peleó con el seleccionador y fue retirado del equipo justo antes de su partido decisivo.
Ghana perdió ese partido. Lo ganó precisamente el Portugal al que volvía Pepe tras un partido suspendido, aunque tampoco eso le sirvió para llegar a octavos.

LUIS SUÁREZ
Pero sin duda, el número uno en la antología de futbolistas que no pueden con su genio ha sido Luis Suárez. Su mordida al central italiano Chiellini le valió una suspensión de nueve partidos, cuatro meses y 82.000 euros. Pero no es un rebelde nato ni un bulldozer. Simple o increíblemente, de vez en cuando, muerde.
Ya es la tercera vez que lo hace. Un noruego ganó 670 euros en una casa de apuestas por jugar dinero a que Suárez volvería a morder en el Mundial. El uruguayo ya había sido duramente suspendido por hacerlo. Pero no pudo evitarlo.
Lo más extraño de la mordida es su falta de sentido. No tiene que ver con la pasión del momento, porque ocurrió en una jugada sin pelota. Tampoco se debe a la desesperación descontrolada de un inexperto, porque Suárez es el cerebro de Uruguay. Le dio el alma y los goles cada vez que jugó. Uruguay, de hecho, se clasificó para octavos en ese partido contra Italia. Pero en el siguiente, frente a Colombia, no pudo sobrevivir a la expulsión del líder. La mordida fue un suicidio sin explicación. Una pequeña locura.
Pepe con su ira, Boateng con su rebeldía, Suárez con su manía, recuerdan que un jugador no es sólo una máquina de patear. Juega con sus pies, pero también con su temperamento. Pone en escena su técnica, pero también su carácter, sus defectos y sus miedos. Como un actor. Y en las películas, no sólo hay chicos buenos.
EL PAÍS de Madrid

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